En un mundo lleno de distracciones y estrés vivir en el presente es una de las claves más potentes para encontrar paz y plenitud. Vivimos en un mundo donde la inmediatez es la norma, un mundo donde nos han inculcado que la felicidad consiste en perseguir metas que están en el futuro y por las que hay que luchar y trabajar. Vivimos en una constante carrera y debemos prepararnos para que, en ese futuro, seamos los mejores y alcancemos siempre algo más grande y mejor. Solo ahí encontraremos la felicidad. Encontrar el trabajo ideal, la pareja perfecta, en definitiva, el éxito… Pero es una felicidad que es ficticia, porque nunca vamos a llegar a ese lugar ya que siempre van a aparecer nuevas metas por las que seguir luchando.
Un día Juan se acercó por la Sangha. Se trataba de una persona muy inquieta, acostumbrado a vivir en constante actividad y en hacer las cosas rápidamente para tener más tiempo en aquellas cosas que necesariamente tenía que hacer, aunque, según me dijo en un momento de intimidad en el que conseguí que se relajara, se sentía vacío y sin tener un rumbo claro hacia dónde dirigía su vida.
– Y ¿por qué siempre corres? – Le pregunté.
– Realmente no lo sé. – Respondió después de pensar durante un rato
la respuesta.
Después de la comida le dije que, como parte de su paso por la Sangha, nos tocaba a nosotros fregar los platos de todas las personas con las que habíamos comido.
-¿Cómo? ¿A mí? Si lo tengo que hacer, lo hago. Lo haremos rápido,
no hay demasiado – Dijo.
-Si, pero lo vas a hacer como yo te diga, y va a ser diferente. – Le dije.
-Solo son platos, no puede ser diferente.
Aunque estaba inquieto, atendió a todas mis palabras y obedeció a todo lo que le dije. Le expliqué que centrara toda su atención en todos y cada uno de los movimientos que hiciese para fregar los platos y que estuviera pendiente de las sensaciones que iba a sentir y que, de esa manera, conseguiría que una tarea sencilla se convertiría en una experiencia interesante y única. Le dije que era muy posible que su mente se despistara en recuerdos de
cualquier tipo, o en preocupaciones, o en multitud de cosas que no tenían nada que ver con los platos. Eso pasará, le aseguré, pero le pedí que se esforzara en volver a poner la atención en la limpieza en cuanto fuera consciente de no estar en el presente.
-Bueno, me fío de ti, probaré. – Me dijo.
-Fíate y ya me dirás.
Una vez acabada la tarea, me explicó su experiencia: Lo primero que hice fue abrir el grifo de agua caliente. En mis manos fui percibiendo la sensación de humedad y de temperatura del agua, que fue pasando del frío casi gélido, porque hoy hacía un día frío, a la calidez sensual y agradable del agua templada, hasta el punto de casi quemarme y tuve que graduar el grifo por la alta temperatura. Puse el jabón y su olor me llegó a las narinas llenándolas de una suave fragancia casi desconocida pese a las muchas veces que lo había utilizado y que, con el contacto con el agua y mi propio movimiento del
estropajo frotando los platos el jabón se convirtió en una espuma que sentí que acariciaba mi piel con un suave burbujeo y un ligero crepitar que acariciaba mi piel y mis oídos. Me fijé en las burbujas de jabón y estaban llenas de reflejos multicolores de luz que al estallar liberaban toda su intensidad aromática. Es cierto que la mente se me fue no una, sino multitud de veces a situaciones alejadas de lo que estaba haciendo y también es cierto que
las primeras veces me costó darme cuenta y me costó más todavía volver a la tarea de fregar los platos, pero con el paso del tiempo mi mente volvía, con más facilidad, hacía la tarea que estaba realizando. Acabé el trabajo de lavar los platos ordenándolos después de secarlos uno a uno, con detenimiento, sin las prisas de mi viejo estrés por acabar que normalmente tenía. El resultado fue, pese a que era la primera vez que lo hacía de esa manera, muy relajante. Tenías razón. Ha sido una bonita experiencia. Nunca lo había sentido así.
–Pues ahora imagina que todas las cosas de tu vida las haces desde este sentido de presencia en la que tu mente se funde con aquello que estés haciendo, sea esto lo que sea, viviéndolo, sintiéndolo, experimentando en ti la importancia de estar atento a cada uno de tus momentos, dando total importancia a aquello que haces y sientes y dando importancia a los mínimos detalles para llenarlos con tu manera de ser.
-Que interesante esto que me dices, ¿es posible?
–Es lo que acabas de vivir lavando los platos. Puedes conseguir que una tarea tediosa y aburrida se convierta en todo un evento. Tú mismo lo has dicho, has convertido el lavar unos platos en un momento único, irrepetible. Has percibido olores, texturas y sonidos que hasta ahora te pasaban desapercibidos, y ahora imagínate,¿Dónde llegarías con tareas más complicadas y que además estén en sintonía con tus proyectos?
-Uf… si, lo imagino, aunque me cuesta.
-Pues solo depende de ti, amigo. Solo depende de ti.
El presente es un regalo. La verdadera paz, no se encuentra en el futuro, no está en un lugar lejano ni en una meta por alcanzar. Está en este instante, en la capacidad de experimentar la vida tal como es, sin prisa, sin ansiedad. Con la conciencia de saber que la vida solo sucede en el instante presente, la única realidad existente, el lugar donde la vida cobra vida.