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Aprender a vivir la incertidumbre: Cuando no sabemos qué pasará

Allí arriba la partida siempre continúa.

– Ocho de diamantes.

Eso significa que…

-Si, casilla 72. – Respondió sin dejar que acabase la frase.

Uf… esto nadie se lo esperará.

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El pasado 28 de abril, sobre las 12:30 de la mañana, se produjo en España una interrupción generalizada del suministro eléctrico. Nunca había pasado nada parecido y, por supuesto, nadie imaginaba que pudiéramos vivir una situación como esta en un país como el nuestro, cuarta potencia económica de Europa.

El corte de energía provocó muchas dificultades en nuestra vida habitual: internet cayó y por tanto la mensajería instantánea (WhatsApp) y las redes sociales dejaron de funcionar, el sistema de transporte basado en la electricidad como el tren o el metro también se pararon. Los aparatos eléctricos, que forman parte de nuestra vida habitual, como nuestras cocinas, neveras, TV, ordenador, móviles, cajeros automáticos, ascensores, semáforos, terminales de pago para tarjetas de crédito, etc. resultaban inservibles. En resumen, nos sentimos atrapados en una situación inesperada.

El resultado real fue que, en cuanto fuimos conscientes de lo que estaba pasando, muchos ciudadanos sintieron que se les había desmontado la vida. Se sintieron vulnerables, pequeños, dependientes de demasiadas cosas, lo que les pudo provocar sentimientos de angustia y hasta miedo por la incertidumbre de no saber qué era lo que estaba pasando ni lo que iba a pasar.

Sentirse vulnerable significa sentir fragilidad, significa sentirse susceptibles de ser herido y no poder hacer nada evitarlo agravado por no poder comunicarnos con las personas de nuestro entorno, aumentando considerablemente nuestra preocupación.

Otra consecuencia fue que descubrimos nuestra dependencia a nuestros propios hábitos, la mayoría de los cuales dejamos de poder seguir.

Estamos llenos de hábitos, de repeticiones. La mayoría no vivimos una vida consciente, real, no vivimos en el presente, y cuando pasan este tipo de situaciones quedamos desorientados, perdemos nuestros puntos de referencia y es cuando podemos sentir inquietud o miedo ante preguntas tan sencillas como ¿y ahora qué? o ¿cómo haré esto o aquello? Que puede derivar en angustia anticipatoria hacia aquello que, aunque solo nos lo imaginemos, nos pueda pasar.

Por ejemplo, ¿qué ocurrió?

-Voy a comprar y a llenar la nevera, no sé lo que puede pasar y quiero estar provisto de lo imprescindible. – Dijo un tal Andrés cuando fue al super a llenar todo un carro con aquello que le pareció imprescindible.

-En un día sin luz siento más angustia que en una semana de pandemia. – Dijo Mateo.

-¿Y si esto dura muchos días o incluso afecta al servicio del agua? – Pensó María antes de ir a llenar su carro con botellas de agua.

-Vamos a buscar la wifi en el centro comercial. Que seguro que allí hay. – Pensaron al unísono cientos de personas de mi barrio.

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Me toca a mí. – Dije mientras buscaba los dados y el cubilete.

-¿Ahora toca dados? ¿Dónde están las cartas? – Dijo alguien extrañado.

Ya ves que el juego ha cambiado.

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Estas situaciones pueden derivar hasta en una angustia colectiva si nos contagiamos el miedo los unos a otros haciendo caso a mensajes que, aunque humanos, no dejan de ser alarmistas, de personas que nos pueden transmitir su ansiedad o su miedo.

La pregunta es, ¿cómo evitamos que eso pase?

Es cierto que necesitamos un mínimo control en nuestra vida, pero este ha de ser un control sobre nuestra inmediatez, ya que en ningún caso podremos ir más allá y la vida se encarga constantemente de recordárnoslo.

Como dice la primera de las cuatro nobles verdades, la vida es, en sí misma, sufrimiento. Vivimos en una constante incertidumbre, nada es seguro, aunque pensemos y vivamos como si pudiéramos controlar todos los detalles de nuestra vida y, simplemente, nunca va a ser así. Ese sufrimiento es consecuencia, a menudo, de una actitud mental de apego a una permanencia que se deriva de nuestra resistencia al cambio.

Pero no hay que desesperarse, junto con el diagnóstico de las causas tenemos la posibilidad de ejercitar y potenciar nuestra mente a través de la meditación que nos permitirá observar todo ese sentimiento de incertidumbre causado por la impermanencia sin poner en ello nuestra mente, sin juzgarlo, reconociendo una realidad a la que no nos vamos a aferrar.

Comprender la naturaleza impermanente de la realidad y no luchando contra ella, nos ayudará a desarrollar nuestra sabiduría y nos dará la oportunidad de tomar decisiones con más consciencia reduciendo de esa manera nuestros niveles de estrés y ansiedad.

Fomentar la compasión hacia uno mismo y hacia los demás, sobre todo en momentos de incertidumbre, es necesario para cultivar la serenidad y la aceptación.

Con esta herramienta estaremos en disposición de evitar muchos pensamientos tóxicos hacia nosotros mismos como:

-¿Y si pasa esto o aquello?

-Es que necesitaré…

-Y ahora que hago si no puedo…

Aceptando que la vida es incierta y que tendremos que transitar con esta realidad, podremos ser capaces de vivir la vida con mayor intensidad y tranquilidad, asumiendo que lo que tenemos a nuestro alrededor y todo aquello que nos venga, es la vida que inevitablemente deberemos vivir, incluyendo la enfermedad y, por supuesto, la muerte.

Es evidente que existe y que existirá siempre el dolor, también la pena. Y que la tristeza nos embargará muchas veces, y hasta sufriremos por diferentes motivos, pero siempre dependerá de nosotros levantar la cabeza, mirar la vida cara a cara y caminar hacia adelante y si no somos capaces de hacerlo solos podremos recurrir a nuestra Sangha, sea familiar o de amistad. Solo reconociendo y asumiendo nuestra vulnerabilidad estaremos en disposición de pedir ayuda cuando lo necesitemos. Somos seres sociales y nos necesitamos los unos a los otros, esa es la esencia de la Sangha, lugar donde confiamos en los demás a la vez que los demás confían en nosotros.

En la meditación intensiva, la mente se estabiliza, se mantiene firme y se aclara lo suficiente como para percibir la rapidez con la que todo cambia a cada instante, lo que nos dará una visión muy diferente de lo que nos está pasando en la vida.

Y así, de esta manera, estaremos en disposición de disfrutar, aunque sea en la oscuridad de un apagón.

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Allí arriba, encima del mundo, la partida continua alrededor de una mesa cuadrada. Las cartas se han convertido en dados y la mesa se acaba de transformar en una especie de tablero redondo de colores vivos.

Una de aquellas manos, cerrada con el cubilete, se mueve con fuerza y lanza, sobre el tablero, dos dados que revotan y revotan, con su característico ruido, hasta detenerse.

Un siete. – Dicen varias voces.

Los allí presentes se miran entre sí.

-¡Un siete! – Repiten dos voces.

-Pues voy a la casilla 79…

-No, te equivocas, vas a la 65.

-¿Cómo? No puede ser, estamos en la 72.

Eso hubiera sido antes, las normas han cambiado y ahora hay que restar, vas a la 65, mejor para los de abajo, la 79 es peor.

Nunca entenderé las normas de este juego.

-Ni tú ni nadie.

-Pero si, la casilla 79 es peor, en eso tienes razón.

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