Somos Guillem y Laura, una pareja de Barcelona que hace ya un tiempo que hemos descubierto el placer de viajar. Aprovechamos cualquier puente para salir, para descubrir mundo. Hace tiempo que ya no nos hacemos regalos materiales, nos regalamos viajes. Acumulamos días de vacaciones y ahorros para poder volar, volar y descubrir.
Nuestros dos últimos viajes fueron geniales, pero tenían una cosa en común: nos había faltado el contacto directo con la gente local. Echamos de menos no habernos empapado de sus costumbres, sus preocupaciones, sus deseos y aspiraciones.
Así pues, decidimos poner remedio. Tuvimos la idea de combinar un viaje de placer y un voluntariado. Estuvimos mirando por Internet que opciones teníamos, pero la mayoría de propuestas de voluntariados que encontramos estaban pensados para ir en verano. Nosotros disponíamos de noviembre-diciembre.
Un día Guillem me dice que ha hablado con su jefe y que este tiene una propuesta. Resulta que hay un grupo de empresarios catalanes que colaboran económicamente en un orfanato en Katmandú, su jefe es uno de ellos. Total, nos propone que podríamos ir a pasar unos días con los niños. Guillem y yo pensamos: ¿Nepal? ¡Genial!
Días antes de emprender nuestro viaje, hablamos con los responsables catalanes del orfanato. Les explicamos que habíamos sido monitores de esplai, que estamos acostumbrados a convivir con niños, que sabemos infinidad de juegos, que tenemos ganas de volver a revivir aquello de “ser monitor”. Les contamos, además, que Guillem es ingeniero y que está dispuesto a ayudar en lo que sea y que yo soy enfermera y quiero aportar mi granito de arena en lo que sea necesario. Reciben nuestro entusiasmo con una enorme sonrisa.
El 26 de noviembre llegamos al orfanato, justo a la hora de cenar. Los niños nos miran curiosos. Justo antes de empezar a comer nos presentamos, les explicamos que venimos de Barcelona y que pasaremos las dos próximas semanas conviviendo con ellos, les decimos que esperamos que tanto ellos como nosotros disfrutemos de la experiencia. Esa noche los niños cenan en un silencio absoluto. Después de cenar ya entablamos alguna conversación, aunque con timidez.
Tres horas después nos acostamos pensando: ha sido un poco frío, pero confiamos en que poco a poco vayamos forjando aquello llamado confianza…
Y así fue.
Por las mañanas, antes de ir al colegio, jugábamos con ellos. Después, les acompañábamos a la escuela. A las 16h en punto estábamos en la puerta, esperando a que salieran. El más pequeño, Dawa, salía corriendo hacia nosotros para darnos un abrazo y aprovechaba el camino de vuelta para darnos la mano. ¿Podéis imaginar lo reconfortante que es eso? Que un niño te pague con la mejor de sus sonrisas por haberlo ido a buscar a la escuela y darle la mano.
Los más mayores siempre nos preguntaban que habíamos hecho durante la mañana, normalmente, aprovechábamos para descubrir la ciudad. Les explicábamos nuestras anécdotas, aquello que nos había resultado curioso y las dificultades que habíamos tenido. Siempre nos aconsejaban.
Durante la tarde y la noche también jugábamos, una vez terminados los deberes. Estaban entusiasmados por que les contáramos juegos que para ellos eran nuevos. Compartimos todo tipo de juegos, desde aquellos de pelota hasta los de cartas. Son muy buenos jugadores. Aparte de ser muy inteligentes y cogerlo todo a la primera, también saben perder y ganar. Para nosotros era un lujo. Descubrimos también que eran grandes maestros, pues les dijimos que nosotros también queríamos aprender juegos típicos nepalís. Fue un intercambio muy gratificante.
Nos hemos sentido muy bien acogidos en el orfanato, ha sido como estar en casa. Decir que estos niños son simpáticos, alegres, agradecidos, cariñosos e inteligentes. Nos han enseñado tanto en tan poco tiempo…
Nos sentimos muy afortunados por haber podido vivir esta experiencia altamente recomendable.
Ahora ya en casa, volviendo la vista atrás, pensamos que sí, que este ha sido nuestro gran viaje, lo ha tenido todo: hemos estado en sitios preciosos, hemos hecho diversas actividades, hemos descubierto la gastronomía, la lengua, la cultura y lo mejor de todo, hemos conocido a unas personas maravillosas que nos han dejado huella para siempre. Ya las echamos de menos.
Finalmente, solo nos queda agradecer a Sangha Activa por habernos brindado esta oportunidad.
¡Gracias, gracias, y gracias!